Dicen que el trabajo dignifica, que es parte fundamental de nuestra identidad como seres humanos. Tener una ocupación, un objetivo, nos hace sentir capaces y productivos.
Pero, ¿Qué sucede cuando aquello que, en lugar de motivarnos, nos hace sentir infelices, frustrados y presos de una situación que percibimos no poder cambiar?
Muchas personas se encuentran a menudo atrapadas en este dilema. Sea por el clima laboral que reina, sea por el rédito económico que no es proporcional a sus esfuerzos, o peor aún, porque la tarea que desempeñan se encuentra muy lejos su vocación y de su ideal de crecimiento personal y profesional. El caso es que sienten no encontrar una salida para este problema.
Iniciamos un nuevo proyecto, comenzamos a trabajar a una institución o empresa con muchas expectativas y sueños por cumplir. Sucede a veces que aquello que imaginamos no llega, y nos vemos obligados a renunciar a aquello que tanto anhelamos.
Las consecuencias asociadas a la insatisfacción laboral deja huellas, que se traducen en sensaciones de agobio, cansancio, irritabilidad, ansiedad, deterioro de las relaciones personales, por nombrar sólo algunas de ellas. En casos más extremos, pueden aparecer trastornos emocionales ligados a esta difícil circunstancia. La realidad socioeconómica es un factor que influye enormemente en perpetuar situaciones como éstas.
En primer lugar, es muy importante revisar si existen conflictos internos no resueltos (independientes de las circunstancias externas) que nos llevan a sostener la situación sufriente, como temor a salir de nuestra zona de confort, miedo al cambio, etc.
En segundo lugar, es fundamental tomar conciencia de que, en definitiva, la opción de elegir se encuentra presente, y debemos hacernos cargo de ello. Esto ayuda a minimizar la sensación de atrapamiento que produce la frustración (“No tengo escapatoria”, “voy a estar toda mi vida descontento con mi desarrollo profesional”). Por ejemplo, podemos elegir sostener este trabajo que no nos reporta satisfacciones, pero que hoy es funcional a nuestros objetivos ( mantenerme, tener mi casa o comprar un vehículo), o elijo renunciar, con las consecuencias que eso conlleve. En definitiva, somos nosotros quienes de un modo u otro tenemos la última palabra.
En tercer lugar, propiciar la posibilidad de encontrar espacios que brinden satisfacciones fuera del área laboral: un pasatiempo, una actividad deportiva que me puede interesarnos. Esto no va a eliminar el malestar que genera el trabajo, pero brinda la sensación de que hay un lugar en nuestra vida para desarrollar lo que realmente nos hace sentir bien.
Por último, no descartar la posibilidad de iniciar algún emprendimiento personal ligado a nuestra vocación, que pueda funcionar como un complemento, y quien sabe, pueda ir poco a poco convirtiéndose en un espacio laboral y económico motivante que nos permita vivir de ello.
Autor: Lic. Mariana Sconfianza
Psicóloga Clínica Mat. 2939